BACHUÉ, LA EVA CHIBCHA

 

Cuando la tierra estaba en silencio y sin vida; no había un pez que se agitara en las lagunas, ni hombre ni bestia, que sentara su planta sobre las abruptas colinas. Apiadase el dios Chiminiguagua, y de la laguna de Iguaque, la que está al Sur Oriente de Villa de Leyva, allá en las alturas donde se posan las neblinas, salió una mujer que el llamó Bachué o Furachoque, mujer buena. Traía alzado en su cuadril a un niño de tres años llamado Labaque, predestinados por los dioses para poblar la tierra. Ella, mujer sagrada y bella emergió de las aguas bajo un cielo plomizo, con corona y zarcillos, brazaletes, manillas y esclava de oro, diadema de rojos encajes; cuerpo fuerte y hermoso, semicubierto con fino Chircate; senos contornados de color de ébano, afloraban como fruto maduro de miel y de leche. Ellos dos construyeron un bohío en el sitio donde hoy queda el pueblo de Iguaque.

Cuando Labaque alcanzó la edad adulta, Bachué celebró con él sus desposorios. Pasa-ron unos meses y la fecunda Bachué dio sus primeros frutos, los que nacían de cuatro a seis en cada parto, por lo que se vino a poblar la tierra.

Bachué y su esposo recorrieron montañas y poblados, instruyendo a sus descendientes sobre artes de tejer; construir sus moradas y guardar sus preceptos.

Cuando envejecieron convocaron a su gran descendencia para que los acompañara hasta la laguna donde habían emergido. Allí en sus orillas los exhortaron a vivir en paz y concordia y les conminaron a que respetase sus preceptos. Acto seguido se despidieron y se fueron sumergiendo en las apacibles aguas, en medio de lágrimas y sollozos de su pueblo, quienes los vieron convertirse en dos culebras, y desde entonces las serpientes fueron sagradas entre los chibchas.

 

Después de esta triste desaparición sus descendientes iban en peregrinación a la laguna, porque siempre los tuvieron como a unos de sus dioses. Les llevaban ofrendas de las mejores que poseían y una de ellas fue una estatua de oro de veinte arrobas. Las dificultades para ascender los abruptos caminos de Iguaque determinó el traslado de este santuario a la Laguna de Fúquene. Centenares de peregrinos de lo que hoy son Boyacá, Cundinamarca y Santander atravesaban la laguna en balsas elaboradas de guadua atada con bejucos para ganar la isla donde se rendía culto y memoria a los Padres del género humano chibcha.

A finales del siglo XVI cuando se realizó la renovación milagrosa del lienzo de la Virgen de Chiquinquirá, vino a menos la devoción a Bachué; y sus descendientes persuadidos por los doctrineros católicos se fueron olvidando de su peregrinación y culto y empezaron a querer a la Virgen de la tierra, de la nieblas y pantanos, Nuestra Señora de Chiquinquirá.