LEYENDAS, MITOS, ESPANTOS Y ROMERÍAS DE TUNJA

 

Eutimio Reyes Manosalva

 

 

 

 

LEYENDAS INDÍGENAS

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BACHUÉ LA EVA CHIBCHA

 

Cuando la tierra estaba en silencio y sin vida; no había un pez que se agitara en las lagunas, ni hombre ni bestia, que sentara su planta sobre las abruptas colinas, apiadase el dios Chiminiguagua, y de la laguna de Iguaque, la que está al Sur Oriente de Villa de Leyva, allá en las alturas donde se posan las neblinas, salió una mujer que él llamó Bachué o Furachoque, termino que significa mujer buena.

Traía alzado en su cuadril a un niño de tres años llamado Labaque, predestinado por los dioses para poblar la tierra, con su madre Bachué, ella, mujer sagrada y bella emergió de las aguas bajo un cielo plomizo, con corona y zarcillos, brazalete, manilla y esclava de oro, diadema de rojos encajes; cuerpo fuerte y hermoso semicubierto con fino chircate; senos contornados de color de ébano, afloraban como fruto maduro de miel y de leche. Ellos dos construyeron un bohío en el sitio donde hoy queda el pueblo de Iguaque.

Cuando Labaque alcanzó la edad adulta, Bachué celebró con él sus desposorios, pasaron unos meses y la fecunda Bachué dio sus primeros frutos, los que nacían de cuatro a seis en cada parto, por lo que se vino a poblar la tierra.

Bachué y su esposo recorrieron montañas y poblados, instruyendo a sus descendientes sobre artes de tejer; construir sus moradas y guardar sus preceptos.

Cuando envejecieron convocaron a su gran descendencia para que los acompañasen hasta la laguna donde habían emergido, allí en sus orillas los exhortaron a vivir en paz y convivencia y los conminaron a que respetasen sus preceptos, acto seguido se despidieron y se fueron sumergiendo en las apacibles aguas, en medio de lágrimas y sollozos de su pueblo, quienes los vieron convertirse en dos culebras, y desde entonces las serpientes fueron sagradas entre los chibchas.

Después de esta triste desaparición sus descendientes iban en peregrinación a la laguna, porque los tuvieron como a unos de sus dioses, siempre les llevaban ofrendas de las mejores que poseían y una de ellas fue una estatua de oro de veinte arrobas. Las dificultades para ascender los abruptos caminos de Iguaque determinaron el traslado de este santuario a la Laguna de Fúquene. Centenares de peregrinos de lo que hoy son Boyacá, Cundinamarca y Santander atravesaban la laguna en balsas elaboradas de guadua atada con bejucos para ganar la isla donde se rendía culto y memoria a los Padres del género humano chibcha.

A finales del siglo XVI cuando se realizó la Renovación milagrosa del lienzo de la Virgen de Chiquinquirá, vino a menos la devoción a Bachué y sus descendientes persuadidos por los doctrineros católicos se fueron olvidando de su peregrinación y culto y empezaron a querer a la Virgen de las tierras de la nieblas y pantanos, Nuestra Señora de Chiquinquirá.

 

 

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HUNZAHÚA

 

El cacique Ramiriquí tenía dos sobrinos: Hunzahúa heredero del trono y su hermana Nonzetá, quienes vivían en el cercado de Hunza, en una “cuca”, seminario de formación, habitación privada del trono.

El heredero según las leyes de Nemequene y Bochica, no podía sentir amor hasta la llegada al gobierno. Solo dos mujeres podían hablar a Hunzahúa: la madre Faravita y su hermana Nonzetá.

Los árboles y tupidos maizales del cercado eran cortina para ocultar a los hermanos, quienes juntos jugaban y veían brotar las flores y el mecer de los nidos en las ramas, cuando las aves unían sus picos temblorosos, tras el abanico de las alas; y a través de las cristalinas aguas contemplaban la juguetona carrera de los peces buscando el apareamiento, por esta natural imitación, los hermanos comenzaron a acariciarse, mientras la cabellera de Nonzetá esparcida por el viento formaba un terciopelo sobre los hombros de su hermano, así los vio el maizal que rodeaba el cerco del bohío y así, pletóricos sus cuerpos de caricias y de besos incestuosos, los sorprendió una mañana, la vigilante madre Faravita, encargada de velar por la inocencia del heredero.

Se celebraba una gran fiesta en Hunza, la nueva Capital del Reino Chibcha, todos los caciques y señores, toda la nobleza del pueblo esperaba la aparición de Sue, que desde las tierras de Ramiriquí, debía llegar por los dominios del Cacique Soracá. Los primeros fulgores de Suamena, (La mañana). Adoraban a Hunza y mientras en los “Cojines”, el pueblo del Reino y sus jeques, con las rodillas hincadas y los brazos extendidos saludaban al dios dispensador de luz y de calor. Abajo en el llano Faravita y su hija Nonzetá preparaban la chicha, la dorada fácora que suavizan los rigores del sol, para la continuación de los festejos públicos.

Las dos mujeres guardaban silencio y mientras con “La sana” revolvía la masa, Faravita preguntó a su hija si eran ciertos los rumores de amor que llegaban del maizal. Nonzetá inclinó la cabeza y daba vueltas con sus dedos a su revuelta cabellera, como queriendo ocultar la alborada de rubor, que igual a la de la mañana teñía de rojo sus mejillas; siguió muda y temblorosa, nueva pregunta y nuevo silencio, pero a la tercera Nonzetá prorrumpió en llanto y en frases entrecortadas por los sollozos, contó a su madre la amarga realidad del corazón. Faravita presa del maternal dolor quiso castigar a Nonzetá, con el mismo palo de revolver la chicha, pero la doncella daba vueltas a la vasija aprovechando su agilidad superior a la de su anciana madre, por lo que ésta en un arranque de ira lanzó la sana y rompió la olla: La chicha empezó a regarse; y de la tierra brotó agua aumentando el líquido amarillento que inundaba el pasto, formándose un gran pozo. Nonzetá como una flecha atravesó bohíos, rubricando con su cabellera el itinerario de la fuga.

De los Cojines descendía el cortejo: Hunzahúa y su tío el cacique de Ramiriquí encabezaban la marcha y cuando se disponían a la continuación de los ritos, empezó a pasar de boca en boca, el descubrimiento del secreto, el amor bastardo del heredero. Hunzahúa llegó al bohío mientras un eco de llanto salía del maizal, era Nonzetá que tendida sobre el césped, suspiraba por su culpa, Hunzahúa llegó en silencio y de pie, en el más angustioso mutismo, oyó de labios de su hermana la historia, ya eco de los vientos y mirando hacia todas partes y estrechando entre sus brazos a su hermana, le dijo al oído: “Me marcho lejos” y salió del cercado; miró al llano y vio reflejar como más amarillos por el sol, las aguas del hoy Pozo de Donato; pensó en que las sagradas leyes de Nemequene castigaban a los incestuosos enterrándolos en un foso, con el agua al cuello y juzgó que ese pozo era el lugar final de su tormento.

Ya las protestas, los gritos y amenazas de la multitud, llegaban a Hunzahúa, ya miles de manos crispadas por la cólera se acercaban para aprisionarles, entonces emprendió la fuga y pasó por los Cojines sin hacer veneración alguna, desacato que exacerbó aún más los ánimos de la muchedumbre, que enloquecida siguió en su persecución. Hunzahúa alcanzó la cima del cerro y en un arrebato de temerario valor volvió la cara. El sol caía a su rostro más ardiente que nunca, pensó que el gran Sue le azotaba con un ramal de rayos, pero esperó, porque a distancia de la multitud, subía la cuesta su hermana Nonzetá despreciada también por el Reino.

Ya los dos en lo más alto de la cima, veían la muchedumbre, que trepaba, cuando Hunzahúa puesto arriba los brazos maldijo a la ciudad de Tunja: “estéril quedarás ciudad querida; ya nunca más, ni flores ni árboles verán tu suelo; la tierra que te sostiene será desnuda y barrancosa para que no puedas extenderte; y porque fuiste ingratay cruel con Hunzahúa, tu fundador, no tendrás más compañero que el viento, ni más abrigo que el frío. “Adiós Hunza para siempre”.

Al final de penosas jornadas arribaron al salto de Tequendama, y se apresuró Hunzahúa a cruzar el torrente, para fijar la morada que le señalaba el destino, y al alcanzar su brazo vigoroso para asir de la mano a su amada, se convirtieron en sendas rocas que vigilan por siempre la caída impetuosa de las aguas, hacia el abismo de la catarata.

 

 

 

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GORANCHACHA

 

Dentro de las tradiciones de los muiscas del cacicato del Zaque, en Hunza se tenía con predilección la del hijo del sol y profeta chibcha, Goranchacha, quien según las predicciones de Bochica, una virgen sin perder su inocencia daría luz a un niño.

El cacique de Guachetá tenía dos hijas, que oyeron hablar de la profecía. Cada una de ellas quiso ser la predestinada. Las preciosas doncellas recorrían todos los días las montañas próximas a su cercado. Un día una de ellas, la más bella, se recostó de espaldas sobre las praderas perfumadas por las flores silvestres, con la mirada hacia el resplandor de la aurora y abiertos sus miembros inferiores, la princesa sintió una sensación que embargó sus sentidos. Pasados unos meses, se persuadió, que ese rayo del sol había fecundado sus entrañas. Alegre le comunicó a su padre el hecho prodigioso, el cual se llenó de orgullo, porque del seno de su casta tendría un hijo del sol, dios de sus antepasados.

Pasó el tiempo de la gestación y llegó el día del alumbramiento de una hermosa esmeralda, la que guardó entre los pliegues de su ropaje, con cariño y amor maternal.

Una mañana apareció un niño sobre su pecho mientras dormía, todo el Reino de Guachetá le rindió homenaje a esta divina criatura, porque todos sabían que era hijo del Sol. Goranchacha creció, pero se llenó de orgullo y soberbia y le quedó pequeño el Reino de Guachetá y se trasladó a la corte del cacique de Ramiriquí, quien lo recibió con grandes honores de acuerdo a su alcurnia solar. En pocos días Goranchacha recibió noticias de la existencia del Reino de los Zaques y no le fue difícil destronar al Zaque, que gobernaba por aquellos tiempos, dando origen a una nueva dinastía de los soberanos, hijos del sol cuyo mandato era divino.

El Divino Goranchacha intensificó la veneración del sol y los sacrificios de los jóvenes llamados “moxas”; a la vez hacíase adorar de su pueblo por ser hijo del sol y prohibió a sus súbditos que le mirasen de frente a los ojos, porque mancharían su linaje. Así todos se inclinaban reverentes al paso de la figura augusta del hijo del sol. Su mandato se distinguió por su crueldad nunca conocida en la historia del pueblo chibcha.

Al norte de los cercados de Hunza hizo construir un templo esplendoroso a su padre Sue. Inició las procesiones desde su palacio hasta el adoratorio. Sus súbditos a su paso extendían mantas bellamente pintadas y esparcían pétalos de flores para evitar que las plantas del hijo del sol tocaran el suelo.

La procesión avanzaba lenta desde el palacio al templo, tres pasos de avance y dos de regreso, de tal forma que dicho recorrido se hacía en tres días. Otros tres días duraba la ceremonia en el templo y otros tres en su regreso a la morada imperial.

El templo de Goranchacha, como el del Sol de Iraca, estaba construido de madera y paja, lo cual le pareció a Goranchacha indigno para su padre el Sol. Dio la orden a los caciques, que le rendían culto y obediencia que fueran tallando grandes piedras, con destino a la construcción de un gran templo erigido en la ciudad de Hunza al dios Sue. Su mandato se cumplió en parte por los caciques de: Baganique, Biracusa, Saquencipa, Ramiriquí, Monquirá y Chitagoto, en cuyos territorios se encuentran votadas en la vera de los caminos, columnas talladas en forma de falos.

Los atemorizados súbditos de Goranchacha no hacían nada más que obedecerlo, máxime cuando éste se valía de ciertas artes mágicas de hechicería a través de ardides, que él preparaba con séquitos que ejercitaban las órdenes, que impartía el Soberano para que así lo concibiesen como profeta. Cuentan que Goranchacha predijo el arribo de los conquistadores españoles; y habiendo reunido a su pueblo les comunicó, que vendrían unos hombres blancos de barba y destruirían los poblados; y que a sangre y fuego caería dominada la raza chibcha. Sobrecogido de miedo el propio Goranchacha desapareció de su imperio, al que había gobernado con crueldad y privilegio.

En esta forma en poco tiempo se cumplió lo que había vaticinado: entró la Conquista española arrasándolo todo, en busca de tesoros e imponiendo sus costumbres, su religión y apagando los fulgores del rito a Sue y a Chía.

 

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NEMEQUENE, SUS GUERRAS

Y SU CÓDIGO.

 

Nemequene, Soberano del Reino de los Zipas tenía un fuerte séquito de güechas, que era lo más florido, lo más distinguido de los guerreros. Llevaban el cabello corto; se colocaban tantos aros pendientes de la nariz, los labios y las orejas a igual número de enemigos muertos a sus manos.

Nemequene acariciaba en su mente el proyecto de la unidad del Imperio Chibcha, mediante el sometimiento del Zaque de Hunza, mas sin embargo, no podía pasar sin atravesar los dominios del Guatavita. Para ahorrar sangre humana, apeló Nemequene a un ardid, consistente en que por aquel tiempo, los más famosos orfebres del Reino Chibcha eran de Guatavita, en efecto, el Zipa solicitó al cacique de Guatavita que le facilitara algunos de sus artistas, quien asintió poniendo por condición, que por cada orfebre le fuese entregados dos jóvenes nobles de Bacatá, en calidad de rehenes según era costumbre, así el Reino de Guatavita se llenó de espías de Bacatá, quienes con señales de fogatas guiaron el ataque sobre el Guatavita, muriendo éste y muchos de sus súbditos, luego Nemequene sostuvo guerras contra el Ubaque, quien se defendió con fiereza, aunque a la postre fue vencido y sometidos también los demás jefes de los cacicatos de Ubaté y Susa, imponiéndoles un período de paz. El Zipa para consolidar su soberanía, dictó leyes a su pueblo, reafirmó las prescripciones, que les había dado Bachué; mandó que a los cobardes los vistiesen con traje de mujer y destinados a labores domésticas; a los que desertaran de sus filas, cuando se estaba en guerra, se les aplicaba la pena de muerte infamante, prohibió que a los caciques y nobles se les siguiera llevando en andas, sin previó permiso del Zipa, so pena de rasgárseles las vestiduras o cortárseles el cabello; el homicidio sería castigado con su propia vida, aunque lo perdonase la mujer, padres o parientes del muerto; que si alguno forzase una mujer, muriese por el delito siendo soltero; pero si el fornicario fuese casado, durmiesen con la suya dos hombres solteros para que sufriera la deshonra; que si algún hombre cometiese incesto con su madre, hermana, hija o sobrina, fuese metido en un hoyo estrecho, lleno de agua y de sabandijas y luego cubierto con una gran loza. En la misma forma sería el castigo para las mujeres incestuosas; el homosexualismo era condenado con la pena de muerte; a los ladrones mandó que con fuego se les quemase los ojos.

Así afianzado y confiado de su poder y obediencia de sus vasallos e implorando la ayuda de sus dioses, comenzó a organizar el ataque contra el poderoso Zaque de Hunza, Quemuenchatocha reunió en treinta días a todos los caciques, quienes desfilaron con sus tropas, con mucha disciplina y pompa, armados de macanas, dardos, picas, hondas y flechas. Tan numeroso fue el ejército que parecían nubes de langostas. Se encomendó a Sue y a Chía para que bendijeran sus armas. Se hicieron sacrificios de centenares de loros y guacamayos e inmolaron niños “moxas” al sol y se ordenó que entonaran cánticos, en todos los adoratorios del Reino.

A su vez, el Hunza se preparaba para la guerra, con sus caciques de: Tundama, Suamox y Ramiriquí, resultando un ejército tan numeroso como el del Zipa.

Antes de empeñarse en la batalla, el Zipa envió mensajes al Zaque, con la propuesta que lo reconociera por Soberano y evitara de esa manera la destrucción de su Reino. La respuesta del Zaque no se hizo esperar, en el sentido a que dirimieran el impase mediante un combate singular entre los dos jefes, con el cumplimiento a quien resultase vencido sería tributario del vencedor. Nemequene quiso aceptar el reto pero sus súbditos lo disuadieron argumentando, que señor tan noble y grande como él no debía enfrentarse, con un incivilizado como era el Hunza.

En medio de la vocinglería y gritos de guerra se enfrentaron fieramente. Los jefes respectivamente iban animando a sus combatientes, pero la hora de Nemequene le había llegado, y un dardo se había clavado en su pecho. Con sus propias manos se lo arrancó, pero sus fuerzas desfallecieron y fue necesario retirarlo del campo de batalla, lo cual visto por sus hombres, les hizo perder los ánimos y pensaron que los dioses no estaban a su favor, y fue así, como se perdió la batalla. Los del Zipa emprendieron la huida y el Zaque, en cambio regresó triunfante a sus tierras.

Los jeques embalsamaron el real cadáver y lo sepultaron, con todos los honores en la profundidad de la tierra. Llenáronle los sobacos, la boca y el ombligo con oro y esmeraldas y le pusieron manjares, que en vida le gustaban; no se olvidaron de colgarle al brazo la mochila llena de coca. Después de haber dopado a sus mujeres favoritas, con zumo de borrachero, las colocaron junto al cadáver, en calidad de acompañantes. Echáronle tierra y encima colocaron a sus mejores servidores, para que lo cuidasen y no le faltase al Zipa lo que más le agradaba en este mundo.

 

 

 

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TOMAGATA EL CACIQUE RABÓN

 

Tomagata, zaque que ejerció el mandato con mucha crueldad y poderío, fue un hombre muy robusto a consecuencia de la castración, que le hiciera Sue, como castigo y medio para evitar, que tuviera descendencia.

Tenía Tomagata un solo ojo en el centro de la frente, a manera de cíclope; cuatro orejas le habían salido para escuchar en todos los puntos cardinales, lo que de él decían sus súbditos. Para completar tan horripilante figura, una larga y gruesa cola arrastraba por fuera de sus ricas vestiduras, produciendo un ruido bronco y tenebroso. En secreto las gentes lo llamaban “Cacique Rabón”, quien se servía de artes y artimañas diabólicas, lo que aumentaba el temor de sus súbditos, quienes le obedecían más por temor que por reverencia. Por eso su poder era ilimitado, que iba hasta los dominios del Zipa de Bacatá. Cuando entraba en cólera, su ojo se enrojecía y convertía en alimañas a quienes habían despertado su ira.

Cuenta la leyenda que a Tomagata le vino el deseo de desposarse con una doncella, la más hermosa y noble de los Hunzas. Acordadas las nupcias y llegado el día, con mucha pompa apareció la desposada ricamente vestida, con traje pintado de círculos rojos y puntos amarillos y rojo el cinturón, que le ceñía. Broche de oro sobre el abultado seno; collares de oro y esmeralda ornaban su garganta; la cabeza cubierta con diadema de perlas, pedrería y plumas; finas sandalias dejaban ver sus delicadas plantas.

La doncella poco conocía la estampa de su prometido. Grande fue su espanto al fijar su dulce mirada, en la monstruosa figura del Soberano; apretó temblorosa sus seductores labios e hizo una mueca de asco; y se apoderó todo su cuerpo de un temblor nervioso. Habiéndose dado cuenta de todo este ademán de la princesa, Tomagata ordenó llevarla de inmediato para que fuese entregada a sus padres y pidió suspender los preparativos de la boda, y determinó para siempre, no tomar mujer.

Se dice que Tomagata iba todas las noches del templo de Hunza al de Suamox, yendo y volviendo diez veces cada noche, haciendo pausa en cada uno de los adoratorios, que encontraba en el camino para elevar sus oraciones a sus dioses tutelares.

Al morir su cuerpo se desintegró, formando una nube plomiza, expeliendo un hedor azufrado, que cubrió gran parte de sus dominios, como señal de su crueldad y ferocidad.

 

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PACANCHIQUE, AMOR, VENGANZA

Y ALTA TRAICIÓN

 

Quemuenchatocha, Zaque de Hunza tenía un gran amigo llamado Baganique, señor de gran riqueza, generoso y noble, que cultivaba chizos (ciruelos silvestres) para aromar sus dehesas. Entre los muchos hijos de Baganique, tenía especial predilección por uno de ellos, Pacanchique a quien él mismo le había buscado compañera. Nagantá se llamaba la bella prometida; de negros ojos grandes, de tez morena, de menudos y blancos dientes.

Quemuenchatocha celebraba una gran función en Hunza. Los caciques y grandes señores, toda la nobleza chibcha, llegaba a la capital del imperio, en enfilada romería por caminos y trochas, poniendo un festón de puntos suspensivos sobre la desnudez de los barrancos tunjanos. Por la senda descendía la corte de Baganique, Pacanchique y su prometida, sin que ningún presentimiento inquietara el corazón de los jóvenes amantes. Al día siguiente se inició el festejo, con la adoración a Sua.

Quemuenchatocha de rodillas sobre las sagradas piedras de los cojines de Tunja, extendió los brazos e inclinó la frente, cuando por el Oriente apareció envuelto en el dorado ropaje del amanecer, el disco solar soberbio y majestuoso regando fulgores sobre los adormecidos bohíos de la noble Hunza. El pueblo seguía el ejemplo del Soberano, en su homenaje a Sua. Nagantá que estaba cerca, sintió miedo al recibir los rayos punzantes, que no eran los tibios de las caricias del sol, y cuando levantó la frente sintió que eran las fieras miradas de Quemuenchatocha.

Siguieron los festejos, pero en todas partes Nagantá siempre perseguida por la brutal mirada de Quemuenchatocha, que como trágica sombra solo miedo y espanto llenaba su corazón. Con la terminación de la fiesta, traía ya el consuelo del regreso, cuando surgió la orden de retenerla, en los aposentos del zaque; había sido escogida como esposa de Quemuenchatocha. Inmenso honor que le dispensaban los dioses, dejando al pobre Pacanchique, que silenciosamente sacrificara su amor a los designios supremos.

Con las luces de la tarde Baganique y su hijo regresaron cabizbajos y mudos rumbo a su cercado. Pacanchique, rompiendo el silencio, habló a su padre para increparle, ¿por qué siendo también de la nobleza, permitía que así se destrozara la vida de un hijo, arrebatándosele la prometida? El anciano Baganique meditaba y pensaba quizá, en la mucha razón de estos reclamos, como si hubiera querido, que ni el viento oyera sus palabras, largamente le habló al oído y ambos a las últimas luces del día, se dieron a arrancar del pantano, que fecundaba esas tierras legendarias, hojas de una hierba desconocida.

Al igual que la noche Pacanchique bajaba otra vez el cerro de Soracá, mientras su padre, sentado a la vera del camino, esperaba impaciente los acontecimientos. La paja de los bohíos de Hunza empezaba a platearse por la luna, y el silencio velaba el sueño de la bella ciudad.

Pacanchique agazapado, cruzó el triple cercado del bohío real, prisión de Nagantá. Llegó hasta ella, que llorando miraba el rayo lunar, que festonaba la puerta de comunicación a los aposentos del Zaque. Pacanchique la tomó en los brazos “es tiempo de marcharnos” le decía, tu juventud y belleza no es para sacrificarlas a un monstruo. Mi padre nos espera, en las orillas del Guaía y allá está nuestra ventura y felicidad”.

 

“No insistas... no puedo” le contestó ella, son inútiles tus súplicas. Los dioses han querido santificar mi vida y desde hoy solamente a mi Soberano pertenezco, por la divina gracias de su real clemencia...”

“La noche está muy clara, le dijo Pacanchique, pon tu cabeza aquí sobre mi corazón, ya que yo sabré alivianar tus temores y acallar tus palabras de protesta...” Y mientras besaba los cabellos de la mujer, simulando acariciarla, le llevó a la nariz la mano en que tenía estrujadas, por la angustia, las hojas misteriosas. Nagantá empezó a desfallecer, languidecía como una flor tronchada y el efecto sedante del narcótico la adormeció. El bizarro mancebo la alzó en los brazos y marchó con ella, mientras dejaba que atrás el viento desgranara su canción y las caricias sobre el desnudo lomo de los barrancos tunjanos. Baganique esperaba, cuando llegó el hijo con Nagantá adormecida. El olor de otra hierba misteriosa le devolvió la fuerza y el amor perdidos. La luna brillaba más y fue la compañera de los tres, en el viaje de regreso a los bosques.

Con el nuevo día llegó un nuevo dolor. El cruel Quemuenchatocha había ordenado la recuperación de la Doncella y un ejemplar castigo a los raptores. En los bosques de ciruelos de Baganique se celebraban las nupcias de la bella Nagantá y Pacanchique. Cuando felices horizontes se abrían a esas vidas juveniles, los emisarios del Zaque segaron para siempre la inocente ventura. Pacanchique huyó, pero Nagantá y Baganique atados como criminales fueron llevados a presencia del Zaque. Inútiles fueron las protestas y vanas las apelaciones a la amistad de los dos viejos amigos, la suerte estaba echada y días después en la Loma de Los Ahorcados, desde donde siglos antes Hunzahúa maldijo a la ciudad, dos trágicos péndulos se balanceaban señalando la hora final del Reino chibcha, el cuerpo cargado de años del noble Baganique, cultivador de ciruelos y último cacique de Ramiriquí y el tembloroso y palpitante de vida de la bella Nagantá.

Las fuerzas españolas buscaban ya el dorado, en las tierras del Hunza. La avanzada de Gonzalo Jiménez de Quezada llegaba a territorios del Cacique Baganique, y cuando desorientado, buscaba el sendero al desconocido y buscado paraíso, un indio joven ofreció entregar todo el oro que quisieran y la persona del cruel Quemuenchatocha. Era Pacanchique quien vengaba la vida de su padre y comprometida.

Disfrazado de soldado condujo a los españoles a Hunza y les entregó al Zaque. Profundamente herido y huérfano de todos los amores de la vida, increpó al Soberano sus delitos, recogiendo de sus labios la valerosa frase de: “en mi voluntad nadie manda”, con que el último mandatario chibcha inició su orgulloso mutismo, mientras todavía pendían de las horcas los esqueletos de muchos ajusticiados.

La entrega del Zaque no fue suficiente para desterrar el odio y la venganza de Pacanchique, reveló también a los españoles, la existencia del Templo del Sol en Suamox. Recogidos los tesoros de Hunza, siguieron a la ciudad sagrada y solo dos días habían transcurrido, cuando el gran Templo empezó a consumirse por las llamas, pereciendo en ellas el sumo Sacerdote de Iraca. Los fulgores de ese incendio a manera de una llamarada de guerra, convocó a los caciques comarcanos, en tierras del Tundama, donde ejércitos indígenas quisieron encerrar a los invasores profanadores de los templos y cuando docenas de soldados españoles regresaban a Hunza, miles de indígenas pretendieron cercarlos en las llanuras de Bonza; jefes chibchas con vistosas coronas de plumas dirigían el combate, pero sus flechas fueron impotentes ante las lanzas españolas y los cascos de los caballos, como por sobre alfombra pasaron triturando los cuerpos de los indígenas, sembrando el terror, la desesperación y la derrota.

Las sombras de la tarde completaron la tragedia, Pacanchique en nostalgia de su antigua nobleza se despojó de la vestimenta española; arrojó lejos la lanza que no sabía manejar; quitó la corona de plumas a uno de los muertos para colocarla en sus sienes; y se armó de flecha; enarcado el cuerpo, se disponía a dirigir el dardo contra un grupo de sus hermanos fugitivos, cuando un soldado español sin reconocerlo le clavó la lanza en la espalda. Caído besó la tierra de sus mayores que había traicionado y renegado con su propia sangre, no pudo detener la muerte ni aún agarrándose a las hierbas del suelo sagrado de su patria.

Así cayó el Imperio de los chibchas por la tiranía del último Zaque ¡La eterna historia y la eterna lucha contra la crueldad y el despotismo! Fue un brote de soberbia, la explosión de un corazón herido, que buscó en el odio, y la traición el derecho a la libertad de amar.

 

 

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LOS COJINES DEL ZAQUE

 

Es un adoratorio indígena de tiempos del imperio de los Zaques, situado al occidente de la ciudad, salida a Villa de Leyva. Según los cronistas, era el sitio sagrado de los naturales, para rendir adoración y rendir tributo pagano a sue.

En efecto en Ttchunza, Hunza o Tunza, zaques, Jeques y miembros tribales, cuyos patronímicos entre otros estaban: los Agabuza, Aúneme, Aunpasiga, Auzaque, Cuchiquipa, Cuchimaque, Cuepacocha, Cunzaca, Guachenoque, Cupapacha, Guayanoque, Guayacocha, Mojazagua, Nembacha, Nemcatacoa, Nomzaque, Paiba, Piganciga, Cuchanaca, Pigamiga, Quencheba, Quenzahuciga, Quequencha, Quecanchine, Remsucha, Rava, Siaguaco, Socama, Suaguache, Sepaguncha, Susgua, Tibamorca, Tobasura, Tunjama, Tutagai, Tibavita, Cuchamochja, Umanga, Usechira, Umbazaque, Yasemoche, Zipa, Zipamocha y otros. Todos después del ceremonial y animados por la música de ceremoniales y silbatos, hacían genuflexiones y levantaban los brazos en dirección del sol.

En sus fiestas significativas a Sue y a Chía hacían grandes ofrendas de niños capturados de sus enemigos, en las guerras, los llamaban Moxas, a los que alimentaban y cuidaban con delicada atención.

En el espacio de las dos piedras circulares introducían la cabeza del impúber y de un tirón decapitaban la ofrenda; untaban las rocas con su sangre y su cuerpo lo dejaban a la intemperie para que Sue se alimentara y calmara su ira.

Cuando pasados unos días volvían a los Cojines y hallaban las carnes consumidas, se alegraban sobremanera, por cuanto se convencían, que el dios estaba sosegado y a su favor para concederles los beneficios pedidos.

 

 

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MITOS DE LA COLONIA

 

 

EL POZO DE HUNZAHUA

(ANTES DE DONATO)

 

Ubicado en la Autopista Norte, predios de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, cuyo origen mitológico está descrito en la narración de Hunzahúa.

Históricamente se narra que cuando llegaron a Hunza los conquistadores Gonzalo Jiménez de Quezada, Hernán Pérez de Quezada, Gonzalo Suárez Rendón, quienes al sorprender en su cercado al Zaque Chibcha Quemuenchatocha, soberano apuesto y ricamente vestido y acompañado de algunos de sus guechas, al ser interrogado con insistencia. ¿Dónde ocultas el oro y las piedras esmeraldas?, ante tanta insistencia y codicia, el Zaque permaneció en completo silencio, que fue su sentencia de muerte. Mientras ésto sucedía, en la morada de Quemuenchatocha, los guechas, capitanes y demás servidores de los cacicatos, aprovecharon las sombras de la noche, llenaron sus petacas, con pesados fardos de oro y esmeraldas, llevados a lomo de indio al legendario pozo, que se formó al quebrarse la olla que contenía la chicha, cuando Faravita defendía el honor y la sacralidad de su hijo Hunzahúa. Allá en ese Pozo legendario lanzaron sus riquezas áureas al vientre de las aguas, las que dicen no tener fondo.

Pasaron los años y la leyenda recobró prestigio, que despertó la codicia de hombres europeos, un señor Donato, enceguecido por el afán de riquezas, importó maquinaria y empleó a decenas de trabajadores para hacer el desagüe del pozo, pasó el tiempo y el señor Donato perdió sus denarios, sin haber encontrado el tesoro de Quemuenchatocha.

Con las caídas y estafas de las pirámides, ahora se escucha en la plaza de Bolívar ”Esos caudales cayeron al Pozo de Donato”

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EL JUDIO ERRANTE DE SANTO DOMINGO

 

Cuenta la Leyenda “que el maldito judío de nombre Hachaverus” que su profesión era la de zapatero, en los tiempos de Cristo y que tenía una pequeña tienda a la entrada de Jerusalén, lugar por donde salió el Nazareno con la cruz a cuestas. Aquel hombre se negó a dejar descansar en su tienda al Redentor y furioso, le golpeó con una herramienta de las que utilizaba en su trabajo y a la  vez le dijo:”anda” .Por ésta su poca caridad recibió una terrible condena de labios de Jesús “yo luego descansaré, pero tu andarás sin cesar hasta cuando yo vuelva”. Desde entonces y a través de los siglos el judío recorre la tierra, errante sin poder descansar, porque cada vez que quiere hacerlo, aquella palabra que había proferido, es la fuerza misteriosa que le obliga a andar más y más hasta el final de los siglos.

Muchas personas en Tunja dicen haberlo visto en varias ocasiones después de  las procesiones de Semana Santa, pero nadie habló con él y nada dijo. Otros averiguaron que cada cien años padece una enfermedad, pero luego se repone, porque no puede morir.

También se dice que los frailes de Santo Domingo a comienzos del siglo XVI lo alcanzaron a ver desde el refectorio, el padre superior lo siguió y vio cuando pasó del convento al templo, y allí quedó convertido en estatua de madera, la misma que sale en procesión en la semana Santa, cuya imagen asusta a los niños. Algunos de ellos dicen haberlo visto en su imagen de bulto, abrir y cerrar los ojos y entreabrir su boca en la que ven largos colmillos, parecidos a los de un vampiro.

Entre las gentes que observan las procesiones de Semana Santa dicen: allá va el judío, obra del diablo y la de Jesús Nazareno talla de Dios...........